Dependiendo del lugar donde
nacemos, de la familia de la que procedemos, del ambiente en el que crecemos, vamos
teniendo unos valores o unas costumbres determinadas. Y es fácil darnos cuenta
que no es lo mimo nacer en una aldea de Sudáfrica que en un pueblo de Valencia.
Son muchos los que opinan que
las culturas de los países están condicionadas tanto positiva como
negativamente por la religión más influyente. Y, sin embargo, el mundo es un
osario de religiones muertas. ¿Qué fue de aquellas religiones antiguas, tan
complejas y sofisticadas?
Hace ya un tiempo -después de
muchos intentos baldíos- lograron reunirse los responsables religiosos de las
principales instituciones de este tipo. Todos estaban de acuerdo en dos
cuestiones fundamentales. Y es que cada una tenía como centro el respeto al
Creador y el respeto a lo creado, fundamentalmente los seres humanos. Solo que,
sobre todo el respeto a Dios lo expresan a través de un culto diferente.
Iguales en el fondo, distintas en las formas.
Y, sin embargo, siendo
conscientes en su explicación, no llegaron a la conclusión de salir de aquel
congreso con la convicción de que TODOS SOMOS UNO. Siguen siendo TODOS SOMOS
CADA UNO. Y lo que es peor, originando enfrentamientos que nos alejan de ese
principio fundamental que debe ser la base de la convivencia humana: siendo
diferentes, todos somos iguales.
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