Ya no tenía que levantarse a ritmo del tic tac
del despertador. Cada día se organizaba a su manera. Su vida había dado un giro
de 180 grados. Y aunque hace diez años no se imaginaba como iba a estar ahora,
quería seguir conservando viva y fuerte la ilusión por la vida y el control de
la suya propia. “Quiero decidir lo que tengo que necesitar, lo próximo que voy
a hacer, lo que quiero lograr”, se decía con frecuencia. Y, queriendo vivir, él
mismo no se lo permitía con tanta organización y tanto control. Al final estaba
perdiendo muchos de los valores adquiridos y centrándose solo en el mismo.
De joven participó en varios grupos de la
época y aprendió a reflexionar, a meditar, a reconocer las bondades del
silencio y ser consciente de la vida y de sus movimientos y cambios. No había
perdido la práctica de ello en momentos concretos y necesarios.
Y así se encontró con que ese espíritu
interior no grita ni empuja. Sino que con la suavidad de una vocecita, como si
de una brisa ligera se tratara, le recordaba que sí, que él era importante para
sí mismo, pero siempre sin olvidarse de los demás. Porque buscar la soledad en
momentos para encontrarse consigo mismo es muy diferente a encontrarse solo sin
nadie que le escuchara.
De estos días así, en los que hacía como una
especie de aparcamiento de la vida, aprendió algo que, sabiéndolo, se hacía
nuevo. Aprendió que tenía que seguir buscando la verdad, no conformándose con
la suya y abriéndose a la de los otros.
Tomó conciencia de estar atento a la propaganda interesada que difunde las
ideas sometedoras de los poderosos, sabiendo descubrir, como siempre le habían
enseñado, que la realidad tiene sus gozos y sus sombras, y que por tanto
renovaba el ser sincero, saber manifestar sus convicciones y la sencillez,
dejando en las bolsas de basura que encontrara en el resto de su caminar los
dogmatismos, las vanidades y demagogias que solo conducen al fanatismo y que,
si al lado de alguien tuviera que ponerse, que sepa hacerlo siempre en defensa
del bien de los pobres.
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