Decisiones siempre hay que
tomar en un momento u otro de la vida y, a veces, se nos acumulan. Unas las
tomamos para toda la vida, otras para momentos determinados. Lo importante es
mantenerse y perseverar en ellas. No vale estar cambiando permanentemente de actitud.
Y desde que decidimos subir a
la barca, y ser nosotros quien lleve el timón, vamos navegando por la vida
escuchando sonidos diversos: desde el ruido del trueno que anuncia la tormenta
hasta los cantos de sirena que parecen van a hacernos gozar lo indecible. Pero
vamos como si estuviéramos navegando y todos sabemos que el mar es poderoso y
nos recuerda nuestra fragilidad.
Por eso, a veces nos sentimos
tentados de abandonar el barco o cambiar de ruta y refugiarnos en la seguridad
de la tierra firme, lo cual nos llevará a ir abandonando aquellas decisiones
tomadas .
Y eso no vale. No podemos
medir, no debemos ni podemos cambiar el ritmo de navegación. Y si lo que
decidimos fue poner proa hacia la tierra del amor y la justicia, aquí no vale la marcha atrás.
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