No tenía experiencia familiar.
Su infancia no se lo había permitido. Desde pequeña el estribillo de la canción
de todos los días que se repetía constantemente en aquel pueblo del valle de
Liébana, en Cantabria, era: “Hago lo que me salga de las pelotas",
"eres una hija de la....", "Soy un hombre y ya está bien que una
mujer quiera darme órdenes", "¿Por qué tengo yo que aguantar las
impertinencias de este hombre?". Hasta que el día menos pensado su madre
tardó diez minutos, después de haber salido su marido al trabajo, en hacer la
maleta y arrancar conmigo al pueblo de su madre.
A pesar de su carácter tan
hosco, el padre nunca dejó de interesarse por su hija. Eso sí, cada vez que la
veía no acababa de dar diez pasos y ya
le estaba haciendo todas las preguntas habidas y por haber sobre su madre. Y la
hija, testigo vivo y sufriente de las amenazas del uno para la otra, siempre
contestaba lo mismo:
-Está bien, su tiempo libre
lo dedica a regar las plantas y a vigilar lo que tengo que hacer para el
colegio, etc.-. Máxime cuando ella desde los siete años le decía a su madre:
"no dejes que te pegue”. Y pocos años después “Haz lo que hizo la madre de
Elisa, hizo la maleta y después de pasar por la policía se fue a casa de la
abuela".
Afortunadamente los niños
desde hace un tiempo no se parecen a la generación de sus padres, no solo por
la aplicación de las nuevas tecnologías sino también por la práctica del
sentido común. Y para darle el empujón final, la niña llamo a su abuelo y le
contó lo que pasaba en su casa. Y ello motivó el viaje a la mañana siguiente a
casa de los yayos.
“Los niños hoy nos enseñan
más que cien maestros” es el título de un libro que está en el mercado y si
hacemos caso muchas más alegrías y raciones de optimismo sembrarán en nuestras
casas. Ahora todo va a ser al revés: aprende el que enseña, recibe el que da,
queda lleno el que se vacía. Y es que en el proceso educativo los padres
también salen enriquecidos -mucho más de lo que se cree-, porque los hijos son
pequeños maestros que nos enseñan cosas grandes. Son las cosas que no están en
los libros: optimismo, ilusión, imaginación, humor, alegría, confianza,
serenidad…
Y…., el próximo mes
estamos de boda. Aquella niña se casa. También ella encontró a un hombre bueno.
Su padre no irá a la boda. Después de cumplir los años de condena que le tocó
no podía soportar la vergüenza que sentía cada vez que se encontraba a su hija
por las calles del pueblo. Con un pequeño bolso tipo mochila lo vieron subir un
día al tren que salía con destino a Almería. Al fin y al cabo, lejos.
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