La lluvia había sido
torrencial. Después de tantos meses de sequía, de tanta sed, la tierra se
empapó con tanta avidez que aquel cauce seco y pedregoso se convirtió, por unos
días, en un torrente. Pero todo acaba volviendo a su ser. Cuando abrió el cielo
y las nubes se alejaron hacia el Este, un pequeño lago se había formado en lo
que antes era un secarral. Poco tardó en reverdecer a su alrededor. Los juncos
coparon las orillas y el reflejo de los árboles cercanos en las aguas mansas
relegó en color pardo de la tierra seca a la memoria.
La vida se agarra a la mínima
esperanza.
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