Dieciséis
han sido las casas donde he habitado a lo largo de mi vida. Y recuerdo mucho la
segunda de ellas, que me hizo cruzar la frontera con la agradable visión de las
flores que en aquella casa adornaban mi quehacer de cada día.
Suerte
la del que no tiene que mudarse y que, viviendo en el campo, la naturaleza le
renueva cada día y las flores se lo perfuman.
Mientras
camino hacia mi nueva estancia oigo el zumbido y vuelo de las abejas que me
cantan su anhelo de vivir. Siento el despertar de la luz de la mañana que, con
sus rayos de bien nacido, me devuelve las ansias de vivir, mientras, asomándose
por la mochila percibo en mi cuello el frescor de las rosas que lo
acarician y que, inyectándome su vitalidad, me conducirán al punto más alto de
mi nuevo destino.
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