Al amanecer de aquel día, y
antes de que el sol luciera toda su potencia, se dedicó a regar los arboles de
la huerta especialmente aquel donde su mujer, hace veintidós años, parió a su
hija Elena. Conforme se acarcaba, descubrió
que una especie de sombra hacía que, por la banda izquierda, el tronco
del árbol pareciera más grande. Una mayúscula sorpresa se llevó al constatar
que aquella sobra no era otra que su hija Elena que, con su kit para hacer
Origami del que no se separaba nunca, Y allí estaba ella haciendo figuras de
papel relativas al embarazo y la
maternidad. Venía allí con frecuencia para celebrar la vida y la naturaleza no
contaminada, ya que, con solo la ayuda de la propia naturaleza, se había
encontrado allí con el parto de su hija, al igual que lo hacia el padre para
seguir manteniendo en vida a aquel que había acompañado a su mujer en el parto
de Elena. Dos limones que habían en el
bolso de la hija. y bien exprimidos por su padre fueron el material usado en
aquel brindis por la vida, que ambos hicieron mirando hacia el sol cuyo
amanecer también parecía brindar con ellos.
Como contraste y de fondo,
catástrofes de todo tipo dejaban a oscuras a muchos habitantes del planeta,
víctimas del monstruo de la ambición de las que el noticiero del día daba
relación.
De regreso a casa, un viejo
cd convertido en mp3 que Elena llevaba consigo, donde Ana Belén canta a Lorca,
les devolvía la alegría interior: “Por
tu amor me duele el aire, el corazón y el sombrero. La mar no tiene naranjas ni
Sevilla tiene amor. Morena, que luz de fuego. Préstame tu quitasol”.
Al llegar a casa, ambos
sacaron de la estantería su vieja libreta o donde anotaban experiencias de la
vida que daban muerte al monstruo que figuraba en la portada. Y allí
escribieron: “Desechemos tristezas y melancolías. La vida es amable, tiene
pocos días y tan sólo ahora la hemos de gozar”.
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