En
los acantilados rocosos del mar cantábrico fueron citados. Algunos llegaron al
despuntar el día. El megáfono comenzó a llamarles a las quince horas. Del sol
llovía fuego. Los hombres marchaban dormidos. Muchos ya sin botas. Cojeaban
calzados de sangre. Ebrios de cansancio, no escuchaban los silbidos con que
estaban siendo llamados. ¡De prisa, chicos!, se les apuraba. Cogían cascos de
una larga mesa que había en sitio de rodaje. Algunos gritaban pidiendo ayuda
para que le quitaran el casco que se habían puestos, más pequeños que su
cabeza. Uno de ellos, indeciso, calvo, con llagas en la cabeza
Indeciso
como un hombre ardiendo en llamas o cal viva, quiso hasta lanzarse al mar. Y en
lugar de eso, se abalanzó sobre mí, y caídos en el agua el fuego se apagaba.
Cuando
se oyen los claquidos que emite el director del rodaje: “¡Corten, película
hecha¡ ¡Serie terminada”! ¿pero, cómo? ¿no era un casting?. El casting fue
hecho al llamarles. Es el último capítulo de una serie llamada “Avalancha”,
donde los protagonistas pierden su círculo dorado en medio de la multitud, que
siempre es el protagonista de una película que narre la realidad.
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