Me fascina la capacidad que
tienen algunos (principalmente políticos y comunicadores -¡cierto, no todos!,
pero muchos, muchos…) para jugar con las palabras. Unas veces nos inventamos términos
nuevos, otras nos sacamos de la manga acepciones diferentes para los viejos.
No cabe duda de que las
lenguas vivas cambian, evolucionan, se estiran y se retuercen para recoger las
necesidades de las gentes que las usan, pero no me refiero a eso. Me refiero a
esos nuevos vocablos que se ponen de moda, que van y vienes, aparecen,
desaparecen y vuelven a aparecer en los medios de comunicación y que acaban colándose
en el habla de todas las conversaciones cotidianas.
Ya no decimos “mentiras”, decimos
“posverdades”; ya no tenemos un plan, tenemos hojas de ruta, ya no contamos una
historia o expresamos una opinión, no, construimos un relato. Y así hasta la
saciedad, en muchos casos, hasta el aburrimiento-.
Hasta el aburrimiento o hasta
la cursilería, porque este afán de no ofender a nadie -en principio una actitud
muy loable- esconde cierta cobardía. Los conflictos no son malos en sí, lo
pueden ser la forma de resolverlos. Una sociedad en la que no haya
discrepancias es una sociedad muerta, sin posibilidades de progreso. No
tengamos miedo a la discrepancia o al conflicto. Pero no tratemos de
enfrentarnos a esas discrepancias camuflando su presencia con eufemismos.
Llamemos mentiroso al mentiroso, demagogo al demagogo. De lo contrario, habrá
muchos problemas que se cerrarán en falso.
Y de ahí en adelante, pongámonos
a buscar las soluciones; establezcamos un plan -sin necesidad de que sea una
pomposa “hoja de ruta”-, tratemos de no engañan a nadie, tampoco a nosotros
mismos -sin que escudarnos en posverdades- e intentemos convencer a los
opuestos con razones -no hace falta que sean relatos-.
…aunque no esté de moda.
Simplifiquemos nuestra existencia. De lo contrario acabaremos agotados antes de
tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario