jueves, 10 de mayo de 2018

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Había estado en contra de todo lo que no podía verse y tocarse. Una mente, la suya, pragmática y cartesiana hasta el paroxismo, pero, en algún momento de su vida, su manera de enfocar su entorno comenzó a cambiar. No fue un cambio radical. No fue una epifanía mística ni nada parecido. Fue un cambio -mejor cabría decir una evolución- que le ayudó a madurar como persona. Hoy se levanta temprano y practica yoga y meditación. Habla de ello con sus amigos y les propone una espiritualidad liberadora.

-No es tan difícil -les comentó-. En resumidas cuentas, es como buscar el vivir de otro modo más feliz consigo mismo, encontrarse a uno mismo. Todos, -les seguía explicando- pertenecemos a un TODO. Somos células de un átomo pequeño. Vivimos en un universo mutante. Nada es fijo. Por eso, la necesidad que tenemos de salir del yo. A los que oponen la razón como camino a la verdad frente a la espiritualidad, habría que recordarles que la razón es importante, pero no es el único camino.

Hace ya mucho tiempo que Einstein se planteaba esta cuestión. “Somos energía. Conocerla es conocernos”, dijo. Y terminó su reflexión en aquella semana escolar que versaba sobre “Materia y Espíritu”, dejando unas preguntas en el aire:

- “Y aunque no se afirme esa íntima unión, reconozcamos que las preguntas que más se hace la ciencia actual son: ¿Qué es la consciencia? ¿Cómo percibimos? ¿Qué es sentir? ¿Qué es esa energía que sentimos? ¿Existe una realidad allá afuera o hay que crear la realidad en la que valga la pena creer? La ciencia busca con afán la respuesta a estas preguntas. Y no todas las respuestas obedecen a las preguntas hechas.




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