Había estado en contra de
todo lo que no podía verse y tocarse. Una mente, la suya, pragmática y
cartesiana hasta el paroxismo, pero, en algún momento de su vida, su manera de
enfocar su entorno comenzó a cambiar. No fue un cambio radical. No fue una
epifanía mística ni nada parecido. Fue un cambio -mejor cabría decir una
evolución- que le ayudó a madurar como persona. Hoy se levanta temprano y
practica yoga y meditación. Habla de ello con sus amigos y les propone una
espiritualidad liberadora.
-No es tan difícil -les
comentó-. En resumidas cuentas, es como buscar el vivir de otro modo más feliz
consigo mismo, encontrarse a uno mismo. Todos, -les seguía explicando-
pertenecemos a un TODO. Somos células de un átomo pequeño. Vivimos en un
universo mutante. Nada es fijo. Por eso, la necesidad que tenemos de salir del
yo. A los que oponen la razón como camino a la verdad frente a la espiritualidad,
habría que recordarles que la razón es importante, pero no es el único camino.
Hace ya mucho tiempo que
Einstein se planteaba esta cuestión. “Somos energía. Conocerla es conocernos”,
dijo. Y terminó su reflexión en aquella semana escolar que versaba sobre
“Materia y Espíritu”, dejando unas preguntas en el aire:
- “Y aunque no se afirme esa
íntima unión, reconozcamos que las preguntas que más se hace la ciencia actual
son: ¿Qué es la consciencia? ¿Cómo percibimos? ¿Qué es sentir? ¿Qué es esa
energía que sentimos? ¿Existe una realidad allá afuera o hay que crear la
realidad en la que valga la pena creer? La ciencia busca con afán la respuesta
a estas preguntas. Y no todas las respuestas obedecen a las preguntas hechas.
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