Recuerdo los años juveniles
en que corríamos delante de la policía, escondiéndonos algunas veces debajo de
los coches, viendo, al alcance de nuestras manos sus porras, mientras en la
única cadena de televisión se producían cortes informativos sobre la salud de
Franco, y se alzaba la voz de mi padre: “¡A callar todos! a ver si anuncian de
una vez que se murió Franco". Actitud común en la generalidad de los
hombres de su generación, que se vieron obligados a ir a una guerra entre
iguales poniendo en peligro sus vidas y el futuro de sus familias.
Y así, poco a poco se fue
acabando aquel tiempo en que te decían en el cuartel aquello de 'y no se
olviden que ustedes no tienen derecho a pensar". No. No me he equivocado
de palabra. ¡Negaban el derecho a pensar!
Pero el tiempo pone las cosas
en su sito. A una generación le sigue otra… y otra más. Muchos de aquellas
vivencias -hoy relegadas a la memoria de los que vivieron aquellos años-
parecieran literatura, propia de un guion para una serie en algún canal de TDT.
Y sin embargo, por muy
exagerado que parezca, no estamos exentos de volver a caer en situaciones
parecidas. Quizás no sea con “grises” ocupando las calles y esgrimiendo porras.
No hace falta. Las formas se sofistican, se disfrazan aunque la consigna sea
la misma: “prohibido pensar”.
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