Finalmente, estaban pasando
tantos secuestros que lo más que la asustaba era la posibilidad de perder el
miedo; miedo que quizá, por costumbre, se base en el hecho de dejar de poseer
aquello que tanto queremos.
Iba por la calle caminando y
pensando, con rabia y con coraje, en aquellos que queriendo el poder, juegan
con los seres humanos.
Recordó varias cosas
sucedidas recientemente y pensando en otras posibles que pudieran darse al
ritmo que vamos y fue tan la repugnancia que sintió que comenzó a escupir en la
calle. Era como si se hubiese atragantado.
Dio media vuelta y volvió al
sitio de donde había partido. Quería profundizar con aquellos que le habían
hablado de esos temas qué hechos concretos o situaciones se habían producido
que le llevaran ese tipo de conclusiones. Y los encontró reunidos en el garaje de
uno de los componentes del grupo, haciendo una especie de ceremonia y reflexión
dónde preguntaban al misterio qué hacer para librarse de los poderosos que nos
hacían más pequeños todavía. Al final decidió seguir participando con ese grupo
en cuantas acciones emprendieran para acabar con el problema planteado.