jueves, 29 de noviembre de 2018

El fin del miedo


Finalmente, estaban pasando tantos secuestros que lo más que la asustaba era la posibilidad de perder el miedo; miedo que quizá, por costumbre, se base en el hecho de dejar de poseer aquello que tanto queremos.

Iba por la calle caminando y pensando, con rabia y con coraje, en aquellos que queriendo el poder, juegan con los seres humanos.

Recordó varias cosas sucedidas recientemente y pensando en otras posibles que pudieran darse al ritmo que vamos y fue tan la repugnancia que sintió que comenzó a escupir en la calle. Era como si se hubiese atragantado.

Dio media vuelta y volvió al sitio de donde había partido. Quería profundizar con aquellos que le habían hablado de esos temas qué hechos concretos o situaciones se habían producido que le llevaran ese tipo de conclusiones. Y los encontró reunidos en el garaje de uno de los componentes del grupo, haciendo una especie de ceremonia y reflexión dónde preguntaban al misterio qué hacer para librarse de los poderosos que nos hacían más pequeños todavía. Al final decidió seguir participando con ese grupo en cuantas acciones emprendieran para acabar con el problema planteado.





Era un domingo cualquiera. Sentados bajo el follaje de aquellos espesos árboles tomábamos un aperitivo acompañado de las tapas de salmorejo. Después de una hora larga de estancia tranquila, aparece de repente una manifestación que, en tono pacífico, pregonaba  la necesidad de un mundo otro. Eran consignas de orientaciones  fáciles de asumir por ser de sentido común .

Todos queremos la paz, decían. Pero para hacerla posible hay que construir caminos más llanos y en dirección opuesta a la que están enfocados ahora. No puede venir la paz mientras caminas marcando y haciendo crecer las actuales grandes diferencias entre ricos y pobres. Mientras unos pocos posean casi la misma riqueza que la mayoría. No puedes seguir avanzando por caminos que llevan a que la mayor industria del mundo, la armamentística, sea precisamente la ganadora. Y por supuesto, nunca por caminos del rencor, odio o similares.

No tuvimos más remedio qué unirnos a la fiesta, cambiando el motivo de nuestra celebración.




miércoles, 28 de noviembre de 2018

La Ley del embudo


El más reciente informe de la Organización Internacional del Trabajo, la OIT, aporta el dato de que los salarios se redujeron un 1,8% en España a lo largo de 2.017.

Dicho de otro modo, pasada la crisis -porque así se decidido por decreto y se repite machaconamente desde los órganos de decantación de la opinión pública y publicada-, pasada la crisis -repito-, la clase trabajadora en nuestro país, no solamente no ve llegar un margen de respiro, sino que su cinturón está casi un 2% más apretado.   
 Cierto que el desempleo ha caído desde un 20% a un 15,6. Si fuéramos mal pensados aun podríamos sacar una conclusión más. Si los salarios decrecen y también lo hace el paro res indicativo de que los trabajadores están compitiendo a la baja por los mismos puestos de trabajo. Los grandes beneficiados son, evidentemente, los integrantes de la clase empresarial que, en el mejor de los casos, aumenta plantillas a menor coste. Desconozco si ese plus de beneficios se concentra en muchos o en pocos empresarios, pero la pelota está en ese lado del tejado.

Pero cuando se solicita desde sindicatos, asociaciones de jubilados, etc., revertir esa tendencia -que facilitaría consolidar la demanda interior, el consumo y el consiguiente aumento del empleo-, el FMI, la OCDE y demás adalides del liberalismo económico aun consideran insuficientes los sacrificios realizados hasta ahora. Insisten en la necesidad de bajar impuestos, excepto el del IVA, que aun les parece bajo. Pero de repartir de otra forma los esfuerzos no se dice nada.