Ya no le damos importancia,
lo asumimos como un mal inevitable. Lo sabemos, pero preferimos cerrar los ojos
y pensar que no nos afecta porque somos demasiado poco importantes como para
que nuestras humildes personas reclamen la atención de nadie. Pero no es así…
En cualquier móvil alojado en
nuestro bolsillo hay casi con total seguridad alguna o varias aplicaciones -muchas
de ellas preinstaladas de fábrica- capaces de acumular información sobre
nuestras aficiones, nuestros, gustos, nuestras visitas, nuestras compras,
nuestras idas y vueltas por la vida. Basta que aceptemos las condiciones del
contrato adquisición del aparato para que, de facto, hayamos aceptado todas y
cada una de las clausulas de mismo.
Somos nosotros mismos los que
le facilitamos el acceso a nuestra intimidad. Después nos llevamos las manos a
la cabeza cuando esas grandes empresas manejan esa información para hacer
negocio y llenar sus cuentas de resultados, traficando con ellas. Ahora sabemos
también que esos datos son utilizados por algunos partidos políticos para
incidir de una manera u otra en los medios de comunicación y en las redes
sociales.
La tecnología no es inocente
y sus propietarios menos. El mundo no cambia con saberlo, cierto. Pero conviene
conocer lo que tenemos entre las manos, nunca mejor dicho.
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