La boda entre Alberto y Juan
no salió exactamente como esperaban. No. Y no porque aquel sábado lloviera a
mares. ¿Quién iba a pensar que ese día, a mitad de julio, cayera tal cantidad
de agua? Hubo gente -yo entre ellos- que, acabada la ceremonia en el
ayuntamiento, tuvimos que volver cada uno a su casa a cambiarnos hasta de ropa
interior. Empapados era poco.
Además, no hay ceremonia de
este tipo en cualquier pueblo de Valencia que no vaya acompañada de su sonora
traca. El ruido y la fiesta es consustancial con el carácter de esta gente. No
pudo ser. No pasa nada. Al fin y al cabo, hubo que hacerse rápido las fotos a
la entrada del edificio, antes de que se nos ahogara la madre del novio (una señora
tan encantadora como bajita ella). Aun guardo la bolsita de arroz. Nunca había
visto los granos de arroz de tantos colores. ¡Claro, que últimamente no voy yo
a muchas bodas!
Quizás por eso, esta boda de
Alberto y Juan, en la que nada fue como las pintan en las películas, la
recuerde con tanto agrado. Bastaba con verles las caras de ilusión, de saber
todo lo que han pasado hasta llegar hasta ese momento. En todos los sentidos,
absolutamente en todos.
La boda entre Alberto y Juan
no salió exactamente como esperaban. Pero yo fui feliz viendo lo felices que
eran ellos.
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