El martes pasado se
cumplieron los 30 años de la puesta en funcionamiento de los que, en términos
coloquiales, llamamos “las páginas web” -la World Wide Web-. Fue un 12 de marzo
de 1.989, en el CERN de Ginebra. Desde entonces términos como “link”,
“hipertexto”, “on line”, “email”, “wifi”, “.com”, “http”, “la nube”,
“descargar”, “ip”, “blog”, “redes sociales”, “tablet”, “pirateo”… y muchos más
son nuevos o han cambiado su significado hasta el punto que a muchas personas
que se hubieran quedado colgados en aquel día les sería hoy complicado seguir
una simple conversación de dos adolescentes en una mesa de un café.
Google, Youtube, Facebook,
Instagram, Yahoo, Twitter, Amazon, Netflix -entre otros más-, son gigantes
económicos que no existían hace no mucho, fruto de la mayor revolución
tecnológica desde que Edison y Tesla aplicaran la electricidad a nuestra vida
cotidiana. Y esto, dicen, es solo el principio.
Todo va tan deprisa que ya
empezamos a tener dificultades para distinguir entre lo que es realidad y lo
que es ciencia ficción. La capacidad de sorpresa se nos agota entre las manos y
no somos conscientes de que cualquier teléfono móvil es más potente en sus
posibilidades que el ordenador que empleo la NASA para llegar a la Luna. Todo
eso en treinta años.
Y treinta años no son nada
-ni un suspiro- en la Historia de la Humanidad…
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