– Por supuesto que me gustan.
Me encantan. Pero a veces me pierdo con las letras.
- ¡Claro! Porque las letras
de muchos tangos están escritas en “lunfardo”.
- ¿Lunfardo? -Mi amigo nunca
había escuchado esa palabra. Esbozó una sonrisa y puso cara de necesitar una
explicación-. ¿Y eso qué es, un idioma?
- Casi. Es la manera de
hablar de los barrios. Una mezcla de expresiones, de palabras puestas en otro
contexto… o tomadas de otros idiomas: del italiano, del francés… hasta del
alemán y del turco. Es el que usaban los emigrantes, los marineros, las putas,
los pequeños rateros en los callejones, en los prostíbulos… Existe hasta un
diccionario, por cierto.
- Pues es lo que me tira para
atrás a la hora de escuchar tangos.
– O sea, que eres capaz de
escucharte un cd entero en inglés, que no entiendes, y te da “yuyu” escucharte
uno de tangos.
- ¡Hombre! Tampoco es eso.
Pero es que me da rabia no entender casi estrofas enteras.
– Hacemos una cosa: Te hago
una fotocopia de un antiguo cancionero de tangos, que guardo como oro empaño, y
coges uno de los rotuladores y me vas marcando las palabras o las frases que no
entiendas.
De fondo sonaba uno de mis
temas preferidos –“Cafetín de Buenos Aires”, la versión de Edgardo Rivero, el
feo-. Otro de esos temas del eterno Santos Discépolo, el autor de “Cambalache”.
“De chiquilín te miraba de afuera
como a esas cosas que nunca se alcanzan...
La ñata contra el vidrio,
en un azul de frío,
que sólo fue después viviendo
igual al mío...
Como una escuela de todas las cosas,
ya de muchacho me diste entre asombros:
el cigarrillo,
la fe en mis sueños
y una esperanza de amor”.
– ¿Ves? “La ñata contra el
vidrio” -señalaba mi amigo con el dedo el equipo de música-.
– “La ñata contra el vidrio”…
¡La nariz contra el cristal! No me digas que no es una forma encantadora de
construir la expresión.
Mi amigo volvió a sonreír,
pero esta vez, su expresión era más plácida. Me levanté y me dirigí al aparador
donde guardo mis recuerdos sentimentales. Debajo de la foto Gladys y Amelia -la
foto de unas amigas cubanas-, está el cajón de las cosas de mi padre y dentro
el viejo catálogo de tangos que él guardaba como un tesoro. Fue quien me enseñó
a amar esa música, a fijarme en sus letras, a darme cuenta de que en esas
palabras, a veces deformadas y retorcidas, se escondían las emociones, los
sueños, las esperanzas y las decepciones de mucha gente.
Al lado, en un viejo estuche,
aun conservo su reloj marca Duwaed -todo un lujo para la época-, su anillo de
boda, unos gemelos de plata y el pasador de corbata al que tanto cariño le
tenía.
La cuarto de estar se llenó
de pronto con la voz de Carlos Gardel, cantado “Por una Cabeza”. Ahora era yo
el que sonreía recordando la frase que repiten muchos argentinos: “Este pibe
cada vez canta mejor”…
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