Calles desoladas, casas
derrumbadas, pequeños montículos de cascotes son las aceras de casi todas las
calles de esta ciudad Siria.
Por una de ella camina con
parsimonia un joven de unos veinte años.
Va concentrado en la limpieza de su kalachnikov . Toma tanto cuidado en la
pulcritud de su arma que descuida su persona. Ni siquiera se fija si hay minas
en el suelo por explotar. Tiene cara de cansado, su ropa está llena de polvo,
tierra, cenizas... Pero, eso sí, su arma
brilla. Los humanos están cansados, sucios y llenos de sudor. Las armas brillan
resplandecen como espejos donde te puede mirar.
¿Los instrumentos de guerras han
de ser tan bellos incluso más que los humanos?
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