Guardaba lo más querido
dentro de su corazón. Le preocupaban los callejones en la noche, los carniceros
con machete. No podía sonreír. Había renunciado a comer carne, viendo como la
cortan. Y hasta la alegría la guardaba en su casa para que no se la quitaran.
Algo debió pasarle cuando
pequeño. Tenía miedo a los callejones, al fuego de la leña y a los machetes.
Solo compra carne empaquetada. El machete ensangrentado de un carnicero le
repele. Y todos los días al salir de su casa tiene que cruzarse con la
carnicería de frente. Cierra los ojos, sale de casa y deja atrás a la alegría.
A ese ritmo va a llevar una vida extraña. Alguien tendrá que ayudarle a sacar
la alegría del armario de su casa.
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