Nos ocurre a todos –o casi-. No sabemos discutir, sobre todo cuando de
política se trata. Cada vez que surge una polémica, un debate – aunque sea el
típico mantenido en torno a la mesa de un bar o a los postres de una comida
familiar- siempre acabamos recurriendo al argumento de “…Y los tuyos más”.
Pocas veces reconocemos (y asumimos) los pecados de “los propios”, pero
cargamos las tintas con los de los ajenos. Aplicamos nuestra memoria selectiva,
intentando salvar los insalvables muebles, como si la corrupción tuviera distinta
consistencia en función de su origen.
Memoria selectiva que juega en nuestra contra; memoria selectiva que
bloquea e impide avanzar en aclarar las causas para identificar a los culpables
de esas corruptelas. Y mientras no exijamos “a los propios” lo mismo que a los
otros –“los de enfrente”- nada vamos a conseguir.
So pena que la intención sea, precisamente, esa: bloquear la discusión y no concretar responsabilidades.
Me temo que por ahí van los tiros.
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