Parece mentira que una pequeña berruguita haya acabado teniendo
consecuencias tan graves. Ni siquiera recuerdo cuando advertí su presencia por
primera vez. No le di importancia. Ni cuando creció un poquito. “Son cosas de
la edad” me dije. Tampoco me molestaba tanto, aunque alguien me comentó alguna
vez de los posibles peligros de su presencia. Tomé “nota mental” de acercarme
al médico de cabecera… pero más adelante.
Dicen que este tipo de berrugitas pueden ser anticipo de males mayores
cuando cambian de color. Confieso que entonces me puse un tanto alerta, pero como
no vino acompañado de ningún otro síntoma tampoco hice nada. Cuando sí decidí tomármelo
un poco en serio fue cuando, en una reunión, alguien hizo algún comentario que
pretendió ser gracioso. Tampoco era tan fea, ni tan grande, ni tan aparatosa
como para ello.
Pensé que mi médica de cabecera acabaría con el tema cauterizando, como siempre
se ha hecho. Pero tras revisar debidamente el tema, ella prefirió, para mi
sorpresa, derivarme al especialista. Me echó su pequeña bronca por mi retraso,
insistió en la necesidad de preocuparse por los problemas antes de que crezcan
y se agraven.
Ya sabemos cómo funcionan las cosas en este país, ¿verdad? Pasaron un par
de meses largos hasta la correspondiente visita al dermatólogo. No le gustó y
prefirió empezar una ronda de pruebas, biopsias y revisiones.
Oído el diagnóstico definitivo, siempre piensas que estas cosas le ocurren
a los demás y que a uno nunca le va a tocar la china. Ahora toca agarrarse los
machos y pechar con la quimio, aunque la posibilidad de metástasis está ahí
presente. Y todo empezó con una simple berrugita, que ya ni existe.
… Esa berruguita se llama CORRUPCIÓN.
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