Salió muy deprisa de la última clase de la
universidad. La vi de lejos y me di cuenta que ni siquiera miró hacia el sitio
donde la suelo esperar. Tuve que correr muy aprisa para poderla alcanzar. He llegado
junto a ella sin aliento, pero alegre. Apenas me miró y esbozó una ligera
sonrisa.
Allegar al CC Las Arenas me dijo:
- Tengo que dejarte, Miguel. He de comprar unas cosas
que me encargó mi madre.
Le he propuesto acompañarla, y me ha dicho:
- No, es para bastante rato y contigo acabaría más
tarde. Parecía tener prisa y yo no he insistido. Solo la he sostenido por el brazo un momento
para decirle:
- Espera, que hay un perinqué en la puerta. Deja que lo mate. Ella se arrugó un montón y
me dio las gracias pues les tiene un miedo atroz.
Aquella noche ni hablé en la cena. Estaba intranquilo.
Tenía miedo de que Elisa se me escapara. Ya en la cama me di cuenta: lo que le
pasa es que está enfadada porque le dedico poco tiempo, y el tiempo que estoy
siempre es de prisa porque tengo partido, porque he quedado con los amigos,
porque… y me acordé que algunas veces me ha dicho “pareces un Zeppelin”. Al
recordarlo me levanté, toqué en la puerta al Sr.Gougle y le pregunté por “zepellin”. Claro, ahora entiendo por qué me dijo ella
ese medio apodo. No era un piropo. Todo lo contrario; me estaba diciendo:
vienes a toda mecha, pareces un dirigible que cada día intentas vuelos más
altos, dejándonos a los demás solos y al descubierto.
Esta mañana, mientras iba a la uni, fui siendo
consciente que, en los últimos encuentros, ella no había sido la misma: su
manera de mirar, su manera de dejarse coger la mano, la misma manera de hablar.
A la salida de clase he corrido, pero no la he visto.
He subido la cuesta que lleva a la parada de guaguas y la he vuelto a bajar sin
éxito. He preguntado por ella a una amiga suya que, un tanto indiferente, me ha
dicho no la había visto en el día de hoy.
Al bajar la cuesta de nuevo, ya despacio, he visto
como me acercaba al drago, el arbolito de nuestras fantasías, donde muchas
veces nos hemos sentado a contarnos nuestras fantasías. Y de repente me llevé
una sorpresa que me llenó de alegría y esperanza por todo lo que podía
significar. En la otra banda del drago estaba ella sentada, haciendo un
crucigrama y deteniendo de vez en cuando su mirada en el horizonte. Estuve de
pie, en silencio, detrás de ella, contemplándola, recordando nuestros primeros
besos en la sombra de aquel drago. En la medida que fuí acercándome, al
escuchar mis pisadas volvió la cabeza hacia atrás y, al reconocerme, se
levantó. Y acercándonos los dos uno al otro nos quedamos abrazados y fundidos
en un beso, que fue el inicio de una conversación que teníamos pendiente, sin prisas,
sin vértigos, sin ruido de aviones ni miedo de bichitos. Nosotros y nuestro
drago.
Drago canario
Qué romántico todo. Me gusta que te atrevas con un lenguaje sencillo, juvenil...a mí no me sale.
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