Cuando veo al
cartero de mi barrio hacer su trabajo como quien va paseando, me entran ganas
de dejar la fotografía y dedicarme a repartir pan. Claro, siempre que fuese en
un ambiente similar. A mi cartero se le nota que camina a gusto. Cuando el
correo es poco y termina más pronto le veo paseando a la orilla del mar o
corriendo encima de las hojas con su bicicleta. Regresa a su casa desahogado,
observando lo que hay a su alrededor, despacio, como a quien le sobra el
tiempo.
Casi que a veces uno piensa: quiero ser cartero y no poeta. Aquellos
caminan más y por eso los poetas somos más gordos.
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