Releo
con cierta tristeza la noticia del pasado lunes que hablaba de la retirada de
los escenarios de Neil Diamond. ¿Os acordáis de aquel de aquella “Sweet
Carolina” o la inolvidable “Song, Sung Blue” -por citar sólo dos de una lista
casi interminable de maravillosas canciones-?
La razón
es, al parecer, el reciente diagnóstico de Parkinson que padece el cantante y
compositor norteamericano, de 76 años. Debido a ello, ha decidido suspender los
conciertos programados para el próximo marzo, que deberían haber tenido lugar
en Australia y Nueva Zelanda.
Una pena
digo para los que tenemos los años suficientes y hemos disfrutado -y tarareado
infinidad de veces- sus canciones. Pero los años no nos pasan en balde. Ni
siquiera a los grandes, por mucho talento que atesoren.
El
secreto está en saber cuándo y cómo renunciar; cuándo aceptar que el declive
inevitable es parte también de la vida. Si la vida está llena de renuncias,
llega un momento en que esas renuncias se tornan cada vez más frecuentes. Es
quizás -la de aprender a renunciar- la penúltima lección pendiente.
El
propio Neil Diamond comunicaba también en esa nota hecha pública que su
despedida de los escenarios no significaba que abandonara sus otras aficiones
-seguir componiendo y grabando discos-. Y eso es, al final, lo que cuenta en
esta historia: “seguir”, no detenerse a añorar lo que se pierde, sino disfrutar
de lo que aún se tiene.
Pudiera
parecer que todo lo que se diga no dejan de ser tópicos y buenismos de
autoconsuelo. Quizás lo sean, pero no deja de ser verdad que. Si algo te enseña
el paso de los años, es que cada minuto de nuestra vida es irrepetible y hay
que exprimirlos como merece.
Pd/ No
hace ni dos semanas, otro gigante de la música notificaba también su intención
de abandonar los escenarios. George Harrison, uno de los mejores guitarras de
la historia del Rock, contaba que también el Parkinson le complicaba rendir
como quería en los conciertos, a lo que había que añadir una incipiente sordera
en su oído izquierdo.
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