domingo, 28 de enero de 2018

Los extraños

No habían sido invitados. Pero se les abrieron las puertas. Pensaron: “Vale más tenerlos como amigos que como enemigos”. Ellos miraron a su alrededor, mejor dicho, acecharon, como parecía ser su costumbre. Aquellos extraños, vestidos como si de lata fuera el traje, se sentaron casi encima del fuego. Sus muslos parecían congelados. Si vienen de los países del frío como es que el agua del mar les hiela de esta manera. Todos les miramos con astucia. Han sido invitados, pero se les tiene más que respeto. Escuchan los discursos de bienvenida sin inmutarse. Tienen fama de serios y furibundos. Pero se comportaron con normalidad. Bebieron cerveza y les dimos más para su viaje de regreso. Nuestras rocas cerraban el mar y vivíamos protegidos de las olas. No les gustó nuestra forma de estancia, la fachada de nuestro edificio. Nosotros lo arreglaremos, dijeron. Sabemos ponernos de acuerdo con la tierra más que con sus habitantes. Cinco de ellos se acercaron a las murallas, y con el zarpazo del espadón de cada uno rompieron en un santiamén aquellas piedras. Rápidamente ocho de ellos, debidamente preparados, con sus hombros y espaldas las echaron sobre el océano mientras dos de ellos esculpieron las rocas de los extremos dejando la figura y estilismo de su pueblo: los vikingos. Desde ese día las dos rocas nos protegen de los oleajes y nos permiten vivir junto al mar. Y los vikingos fueron declarados amigos de honor de nuestro pueblo.


Que las generaciones que nos sigan los tengan siempre presentes como ciudadanos de primera.


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