Hace mucho,
mucho tiempo que viajaron a otros campos y lugares y poco sabíamos de ellos más
que en foto. Los dos suelen estar separados pero cada año se juntan y conviven
juntos más o menos durante una semana y casi siempre bajo la lluvia. Uno es
ruidoso y aparece como el redoble de campanas. Antes de verlo ya sabemos quién
es por sus gritos y exclamaciones que caen y rebotan en el suelo como campanas
que redoblan. Parecen venir dos juntos y cuando rozan el suelo se multiplican
en ni se sabe cuántos. Empujan con fuerza al llegar, pero luego se derriten de
cariño en nuestras manos. Vienen con prisa, pues permanecen poco en nuestro
terreno. Por eso aparecen con tanta bulla. Quieren que todos les veamos y al
menos nos asomemos a la ventana para saludarnos. Y así, a la carrera, para que
no nos olvidemos de su pinta vino y se fue nuestro amigo Granizo.
Y también vino
Nieve, calladita y sigilosa. Como hace ella siempre, y no se quedó en las
montañas, sino que bajó a las plazas y campos de futbol de los barrios de mi
ciudad. No habla, no pregunta, no hace ruido. ¿Qué quiere nosotros? Dicen
algunos que se porta mal invadiendo. Aquí no. Aquí viene muy poco, no sé de cuánto
a cuánto, y por eso todos y felices. Felices y contentos. Eso sí, alguna vez
viene con prisa y enredadora nos echa por tierra lo que habíamos sembrado. Por
eso, amigos sí, pero de temporadas cortas.
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