Quisiera
subir a la montaña más alta, pues dicen que las montañas son como los lentes de
la sabiduría. Desde arriba ves la realidad en su conjunto. Ves todo lo positivo
que hay a su alrededor sin dejar de ver sangre derramada, muertes provocadas y
navajas afiladas.
Quisiera
ser libre para mostrar exteriormente lo que siento por dentro. Si vas caminando
o en el bus y de alguna manera uno muestra con gestos la alegría que lleva
dentro por cualquier motivo, siempre hay alguien que te mira con rostro
extrañado. No digamos si manifestamos nuestra tristeza y hay lágrima que corren
por nuestra cara. Como para preguntarse: ¿por qué hay siempre alguien que se
mosquee con nuestra sonrisa amplia o con las lágrimas que nos caen?
Quisiera
que el amor que siempre he sentido siembre flores en mi camino. Que como una
gota de rocío caiga ahora en la espina que se asoma. Pero que no me haga sufrir
ni llorar más y, sobre todo, que no salga del dolor en tu carne.
Me
gustaría que el amor me invadiera de tal manera que no hubiera sitio para
rencores ni odios, para hacer llorar o sufrir a otro. Que no quepan alfileres
que clavan al que se roza ni risas irónicas o sarcasmos hacia terceros.
Quisiera que los peces
pudieran caminar por los parques de nuestras ciudades, y que las gallinas y los
pollos pudieran experimentar con frecuencia el impacto del agua del mar
Quisiera que no hubiera más teatros de guerra salvo el
que cada uno libra con su propia conciencia necesario, por otra parte, para no
perder ideales de vida.
Quisiera que cuando no se distingan ni mesas, ni relojes, ni fiambreras en
la casa, seas la luz que brillando haga lucir hasta el polvo que se ha mezclado
en los escalones que llevan al dormitorio.
Quisiera que allí donde los recuerdos me invaden y
aparecen como espadas silenciosas no falte la memoria de aquellos otros que
cosecharon ilusión y se hicieron energía.
Y quisiera también tantas y tantas cosas que las iré
dejando para otro momento.
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