“Todos a la cárcel” se titulaba unos de las películas más memorables del
añorado director valenciano. Sus sátiras, no exentas de ternura, dejaban al
descubierto los pequeños y los grandes vicios de la sociedad española –las pequeñas
miserias y las grandes-, pero casi todas constantes en el tiempo, casi cabría
decir que consustanciales con nuestra manera de ser, si es que eso existe.
El tópico dice que nuestro mayor defecto es “la envidia”, pero yo ya lo pongo
en duda. Mi impresión es que, si en algún momento lo fue, ha quedado desplazada
por la corrupción. Mejor dicho, por la permisibilidad ante ella. Corrupción
existe en todas las sociedades, la cuestión diferencial es la reacción social
(o sea, la suma de las reacciones individuales) ante su presencia. Ahí perdemos
por goleada. Además, ponemos el grito en el cielo ante los casos de
determinados partidos políticos, pero nos mostramos condescendientes –como si
fueran travesuras de niños pequeños- cuando los mismos hechos provienen de “los
nuestros”. Tardamos más de una generación en pasar factura desde el momento en
se hace público cada caso y otra más hasta que los tribunales decretan las
primeras sentencias. Ni pararme a contar quiero la tardanza en la resolución de
los respectivos recursos.
Y mientras, los medios de comunicación siguen escupiendo a diario noticias
y más noticias sobre redes y tramas hasta el punto en el que ya no sabemos
dónde acaba la Gürtel y dónde empieza la de Brugal, la del Palau, la de los
ERES, Lezo, el Canal de Isabel II, EMARSA, Malaya, las tarjetas Black, Nóos…
por no decir los que aún colean de decenios anteriores (Forum Filatélico, por
ejemplo).
Si Berlanga levantara la
cabeza no le iban a faltar elementos con que inspirar la segunda parte de “Todos
a la cárcel”. Más que una segunda parte, toda una serie –las largas, de las de varias
temporadas-.
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