Era aún un mozalbete cuando
comenzó a sentirse golpeado por distintos sitios en la vida. Por eso, cuando se
encontraba de repente con un gesto de alegría se sentía cercano a la vida. Las
mismas circunstancias que le llevaron a la oscuridad le trajeron la risa y el
contento.
Y hoy, en el momento del
amanecer, al levantarse sintió cómo que estaba naciendo a la vida. Al salir a
la calle sintió ganas de repartir abrazos, de sembrar sonrisas donde todo
parecía excesiva seriedad, de colgarse una cesta de pan sobre los hombros e ir
repartiendo trozos a todo aquél que se encontrase por el camino. De seguir
marchando hacia el frente sin contar los obstáculos ni quejarse de ellos y a
realizar sus deberes caminando entre las sombras, pues la luz solo la podría
poner él mismo desde su interior.
Sabía que no iba a ser fácil.
Porque, en definitiva, se trataba de amar y, si bien en el amor encontraría las
respuestas que en cada momento buscara, era ya consciente que el amor también
duele, lastima y hiere, porque somos humanos y no hay nada ni nadie que
perfecto fuese.
Aquella noche, de vuelta a
casa, tras haber realizado sus deberes, marchaba suave y despacio, con la
mirada hacia el frente dándole su mano a la vida y diciéndole: ”Dame, vida, tu
mano y no la sueltes, que te quiero y no quiero perderte, que soy pequeño y
tengo miedo a la oscuridad de la noche. Abrázame, vida, y no me sueltes que soy
niño y necesito calor, que es fría la noche.