Aquella tarde, en el círculo
de amigos que solemos reunirnos una vez al mes, descubrí, o mejor, tomé
conciencia de que hay personas que se toman muy en serio que su vida solo puede
ser vivida plenamente sí está en conexión y relación con los demás.
Aquellos amigos -que en
reuniones anteriores poco habían hablado- se sintieron tocados por una serie de
problemas y vicisitudes que habían pasado en su barrio, con dos familias que ya
estaban rayando en la extrema pobreza.
Eran conscientes que, a pesar
de su historia y de su debilidad, todo muy bien nacido tiene autoridad sobre el
mal, en la medida que no se deja que el odio, el engaño, la violencia y
similares se apoderen de ellos, haciéndoles vivir en un círculo cerrado.
Tenemos que luchar contra
nosotros mismos porque siempre existe en nuestro interior la tentación de poner
nuestra confianza en el dinero, en la imagen, en el poder, en tal o cual
partido, en estar a la última en la tecnología, en tener al día todas las
seguridades.
Eso sí. La mayoría no piensa como uno y es inútil empeñarse en convencerles. Tiempo perdido. Es cosa de seguir adelante, de saber que contamos con el apoyo de ustedes si fuese necesario y así, poco a poco, sanar las heridas y expulsar las sombras de nuestro barrio.
Me gusta el planteamiento de
vida de estos amigos y llevo unos cuantos días pensando qué podría hacer yo
para unirme a ellos. A lo mejor ya lo estoy sin ser consciente de ello.
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