Una de las
mayores obsesiones de Joseph Goebbels, ministro de propaganda del III Reich, era
que en cada hogar alemán hubiera al menos un receptor de radio. De esa forma,
el régimen nazi se aseguraba que su mensaje llegaba a cada familia. Desde
entonces, con mayor o menor disimulo, los poderes políticos han intentado en
cada caso hacerse con el control de los medio de comunicación mayoritarios en
ese momento. Se hizo con la radio, se hizo y se hace con la televisión… y se
hace y se hará con internet.
Cuanto más
democrática es la sociedad más trabas se ponen para que este control sea
patente, pero no pequemos de ingenuos: esas tensiones se evidencian con cada
cambio de gobierno. El poder se cree desnudo y expuesto si se queda sin
apropiarse del ámbito de la comunicación. Necesitan ser dueños de eso que ahora de
manera tan cursi denominan “el relato”.
En nuestro país,
en alguna comunidad autónoma ya hay medios de comunicación digitales cuyo
presupuesto se nutre hasta en un 90% de subvenciones directas del gobierno
autonómico y publicidad de ese propio gobierno. ¿Qué capacidad crítica puede
permitirse –si es que la busca o la pretende...- un medio de comunicación en tales
circunstancias?
Por eso, sentados ante
el televisor, leyendo un diario (de papel o digital) o escuchando una emisora
de radio, seamos conscientes de que “quien paga manda” y que manda para
defender sus intereses… intereses que no tienen por qué coincidir con los
nuestros.
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