Nadie puede decir que les ha
cogido de sorpresa. Especialmente los que le votaron para poner en sus manos la
vara de poder como símbolo de servicio al pueblo, que ellos interpretan como la
autoridad de dividir a la gente entre superiores e inferiores. De esa forma
quedan legitimados para hacer desaparecer de su lado a todos aquellos a los que
definen como basura.
Todo el mundo en Italia, y
fuera de ella conocemos como se las gasta la Liga Norte de Italia. Racistas
hasta la médula y primos hermanos del loquinario de Hitler. Sí, ese que inventó
los campos de exterminio y las cámaras de gas.
La lista de agresiones de
este grupo de racistas sería interminable. Por no ir demasiado lejos, hace
cinco años, el vicepresidente del Senado italiano, y miembro de la ultraderechista
Liga Norte, Roberto Calderoli, comparó a la ministra Cecile Kyenge, por ser
negra, con un mono: "Cuando veo las imágenes de Kyenge no puedo dejar de
pensar, aunque no digo que lo sea, en las facciones de orangután".
Hace diez años el que era alcalde de Treviso, dijo en un mitin,
ante miles de personas, que "hay que eliminar —¿quiere decir asesinar?— a
los niños gitanos". Presumía de haber destruido dos campamentos de gitanos
y se jactaba pregonando que en su ciudad: "¡Ya no quedan gitanos!”.
Y hoy el artista de la
película es el actual ministro de Interior del gobierno; el mismo que en su
anterior cargo político se propuso tomar las huellas dactilares de los niños
gitanos, tal como se hizo en la Alemania nazi en los años de la preguerra mundial. Este acto racista, y todos los demás, lo conocía
el pueblo italiano antes de votarles. No solo por lo que han hecho y hacen sino
porque ellos mismos lo reconocen. Un pueblo que vive orgulloso de su Papa
Francisco y al tiempo se alían con aquellos que de fraternidad mundial no
quieren saber nada de nada. Es más fácil vivir es una falsa ignorancia.
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