No todo es como deberá ser.
Tiene quince años y una larga historia tras él. Es el manifiesto de una
supernueva generación que para nada se parece a la del que esto escribe ni para
los que detrás vinieron.
No tenía dos años cuando sus
padres se separaron. El padre nunca lo dejó atrás. El convenio estableció cada
quince días un fin de semana. Su voluntad fue todos los domingos. Y le añadió
martes y jueves. Claro, tenía a sus padres, los abuelos del niño, que le
echaban una mano. Tarde o temprano el crío no esperó a la mayoría de edad. A los catorce se vino a
vivir con su padre. La mamá, sin grandes problemas, le dio la custodia. Vive
con todo hecho. Su padre se cabrea con él, pero le da todos los caprichos. Si
suspende lo entiende: “yo tampoco quise estudiar, y aquí estoy trabajando”. Mal
razonamiento para la época que le toca vivir. El chaval, superinteligente. Pero
siempre suspende. Ha repetido curso. Y está a punto de volver a repetirlo. De nueve,
ha aprobado siete asignaturas. Por lo menos cuatro tendrás que aprobar en
septiembre. Suspender no es algo que viva como un problema. Hay que ser
positivos. ¿Cuatro? No. Iré por las siete. Lo dice convencido. Se lo cree. Pero
no dedica tiempo a estudiar. La vida al revés. Y es feliz.
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