jueves, 5 de julio de 2018

Futuro imperfecto


No todo es como deberá ser. Tiene quince años y una larga historia tras él. Es el manifiesto de una supernueva generación que para nada se parece a la del que esto escribe ni para los que detrás vinieron.

No tenía dos años cuando sus padres se separaron. El padre nunca lo dejó atrás. El convenio estableció cada quince días un fin de semana. Su voluntad fue todos los domingos. Y le añadió martes y jueves. Claro, tenía a sus padres, los abuelos del niño, que le echaban una mano. Tarde o temprano el crío no esperó  a la mayoría de edad. A los catorce se vino a vivir con su padre. La mamá, sin grandes problemas, le dio la custodia. Vive con todo hecho. Su padre se cabrea con él, pero le da todos los caprichos. Si suspende lo entiende: “yo tampoco quise estudiar, y aquí estoy trabajando”. Mal razonamiento para la época que le toca vivir. El chaval, superinteligente. Pero siempre suspende. Ha repetido curso. Y está a punto de volver a repetirlo. De nueve, ha aprobado siete asignaturas. Por lo menos cuatro tendrás que aprobar en septiembre. Suspender no es algo que viva como un problema. Hay que ser positivos. ¿Cuatro? No. Iré por las siete. Lo dice convencido. Se lo cree. Pero no dedica tiempo a estudiar. La vida al revés. Y es feliz.




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