Con la brocha en mano, su mirada
no te apabulla. Su paciencia, para ir haciendo lo que su mente crea, dura días
y hasta noches. Las ventanas de su cuarto, abiertas de par en par, permiten que
también la fina arena que trae el viento del este pueda pegarse a su obra. Será
así como la vida del desierto, que nos trae nuestro siroco, formará parte
también de esa calle, tan vital, donde todo parece ser uno y donde todos van de
paso, como peregrinos, menos tu que te harás una pequeña choza en el margen
inferior izquierdo de tu cuadro colorido.
Todo acabará y, al mismo tiempo
empezará, cuando la criatura que habita en tu corazón salga hacia fuera. Pero
mientras, a veces te ahoga, otras te llama y en algunas te pide auxilio. Y tú
sigues atento a todo ello pues quieres que en el futuro puedan también escuchar
sus buenas dosis de serenidad aquellos que por su lado pasen y sobre todo los
que con ella a hablar se paren.
Cuadros de Juan Guillermo Martínez de Lara
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