Todo lo que obtenía como
respuesta eran gruñidos y monosílabos. Obviamente, él debía haber hecho algo
para enfadarla, ¿pero… qué?
Había pasado una hora desde la
primera vez que se habían tocado aquella mañana de fin de semana, pero Pili
seguía siendo tan sensible al amanecer como al atardecer. Robert le pasó sus
dedos sobre sus suaves colinas y valles y cuando las montañas de Pili parecían
removerse, él se puso en pie mirando el reloj que se le hacía tarde para un
compromiso que tenía.
Por la tarde, cuando ella estaba
plácidamente sentada leyendo un libro el timbre del teléfono la sobresaltó. Al
ver el número desde donde la llamaban cogió el teléfono y gruñó:
- ¿Qué?
Respuesta inmediata:
-¿Esta es la respuesta que tienes para tu amante? ¿Cómo sería si no lo
fuese?
-Pues sé más suave, vete más despacio conmigo y no vengas a lo tuyo -le
contestó ella.
Robert tenía el arte suficiente para tranquilizarla y sedarla casi al
mismo tiempo y así, aun hablando con ella, sonó el timbre de la casa”.
Escucho por teléfono que llaman
a tu puerta.
- Abre y seguimos hablando”.
- No espero a nadie ni quiero hablar con nadie, solo quiero que tú me
dediques tu tiempo”.
El timbre sonaba sin parar. Pili, resoplando más que enfadada y
gruñona, respondió con dureza:
- Un momento, ¡¡sin prisas!! -Muda y con la boca abierta se quedó al
ver que era Robert quien desde su móvil le estaba hablando desde la escalera de
su casa.
- Aquí está la chica de mis sueños -le dijo, mientras ponía las manos
en su cintura y se arrimaba poco a poco a ella despacio al tiempo que cerraba
la puerta de la casa. Y así empujándola despacito, y sintiendo ambos el calor
del otro, la llevó hasta su cama donde se derramaron pasionalmente el uno en el
otro en menos que canta un gallo. Al acabar sus últimos jadeos, y como si le
hubiera leído la mente, Pili ladeó la cabeza para seguir besándolo, mientras
Robert, al tiempo que respondía con un beso suave, se levantó para ir al baño.
Cuál sería la sorpresa de Pili al verle salir, ya vestido, y tirándole un beso con
la mano se despedía con un “Hasta la noche”.
Más que un gruñido se oyó
desde los pisos vecinos el grito desaforado de Pili despidiendo a Robert del
que más que gozo recibía una mañana sí y una noche también mil y un motivos
para enfadarla. Aquel día fue el decisivo -60 euros le costó-. Fue lo que tuvo
que pagar al cerrajero para que Robert se quedara sin llaves de la casa. Ella
pasó la noche en un hotel cercano para no escuchar las patadas de Robert
intentando abrir la puerta de la casa. Y el ya no volvió a escuchar sus
gruñidos y monosílabos. Dejó de “¿amarla?...”.
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