Siendo adolescente estudió en
una escuela que se llamaba ACADEMIA DE ENSEÑANZA LIBRE. Hoy con 99 años,
conservando todo su conocimiento, se lo recuerda a sus biznietos. “Allí aprendí
que mi tarea donde quiera que estuviera, empezando por la familia y acabando
por mí misma, consistía en abrir las murallas que entorpecieran el paso de la
gente. Por eso cantábamos: “Para hacer esta muralla tráiganme todas las manos. Los
negros sus manos negras, los blancos sus blancas manos. Una muralla que vaya
desde la playa hasta el monte, desde el monte hasta la playa allá sobre el
horizonte.”
“A mis 18 años comencé a
vivir las estrecheces de la guerra, y vinieron los fascistas a esta España
nuestra y se cargaron muchas cosas bonitas, entre otras nuestras escuelas”.
“No, no tiraron los edificios, lo hicieron peor todavía: tiraron a nuestros
maestros y maestras. ¡Sí, los tiraron como agua sucia y algunos cayeron rodando
por el barranco¡ Gracias al cielo, muchos pudieron escaparse y unos se fueron a
París, otros a México, algunos a Uruguay, y también a la Rusia comunista”.
Aquella noche la abuela de
las abuelas quiso celebrar su 99 cumpleaños reuniendo a la familia toda en el
garaje de las guaguas del pueblo. Para que toda la familia cupiera en un salón
-desde ella hasta el recién nacido, hijo de su nieto mayor, con quince días,
sumaban doscientas una personas-, había que buscar el más grande del pueblo. Micrófono en mano, más ágil que nunca
en su voz, terminó sus palabras diciéndoles: “Por eso no me gusta, se los he
repetido muchas veces, esos que aparecen ahora recordando a Franco como el
mejor presidente que ha tenido España. No sólo destruyó las escuelas de la
libertad, sino, recuérdenlo siempre, sus lugartenientes se llevaron a mi padre
una noche de casa y nunca más volvimos a saber de él. ¿Qué delito había
cometido mi padre? Opinar de forma diferente a Franco”.
“Hoy se los digo por última
vez: estén en contra del pensamiento único. Defiendan la libertad de cada
persona y de todos los pueblos. Nunca se crean superiores a nadie. Vivan
convencidos de que todos somos iguales. Y, por favor, pórtense como hermanos, no
solo entre ustedes sino con todos sus vecinos, compañeros de trabajo o de
colegio”.
Y en ese momento se escuchó
por el altavoz a Javi, su tataranieto de cinco años que, estando sentado a los pies
de ella le pregunta: “¿Y por qué no nos lo vas a contar más, abuelita de las
abuelas, con lo bonito que es ese cuento?”.
“No tendría que responder a esa pregunta con
palabra alguna, mis hijos todos. Mañana o la semana próxima, ya me queda poco
tiempo, me voy. Es tan bueno despedirnos como habernos conocido. He luchado con
ustedes y ahora me toca descansar. Ya saben quién va a ocupar mi lugar
(dirigiendo su mirada a su hijo Antonio de ochenta y un años)”. Dejó el micro a su hijo
Antonio mientras, en la espontaneidad de la noche, varias voces a una cantaban:
“Más allá del mar habrá un lugar donde el sol cada mañana brille más”.
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