He estado en casa de Jero.
Hoy ha resultado difícil compartir historias y contarnos nuestras cuitas.
Estaba totalmente centrado en la investigación del origen y procedencia de una
balsa que recientemente había aparecido por las costas del norte de la isla y
que portaba tres viejos baúles, parecidos a los de los piratas de antaño, que
contenían viejos mapas de los que, aunque es lo que señalaban. Solo conversamos
el tiempo que me llevó comerme una naranja de las que siempre tiene junto a su
mesa de escritorio. Para él son sus botellas de agua de cada día.
He vuelto de su casa con la
cartera llena de documentación: libros, revistas y algunos artículos que él
había recortado hace tiempo. De entre los libros me ha tocado la curiosidad uno
titulado: “Bajo la influencia de las muñecas rusas”. Se trata, al parecer, de
una leyenda que cuenta cómo los vecinos de un pueblo se comprometían cada uno a
darles acogida diariamente a tres muñecas pequeñas y pegadas, pasándoselas de
uno a otro y que solo se podían poner sobre una piedra agujereada que sirviera
como base de las imágenes que se pasaban. Lo básico de la leyenda está en que
el día que se te olvidaba pasarla al vecino correspondiente la situación
climática del pueblo cambiaba a negativa. Era siempre el aviso de que alguien
estaba fallando en la cadena del compartir y el recuerdo permanente de que amar
no es tanto algo que te da el otro, sino el amor es lo que uno da y comparte. Y
era, a su vez, la señal de que en aquel pueblo había una buena y positiva
energía amorosa.
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