¿Seré un sonámbulo? ¿Habré pasado
ya a otro mundo? Alzaba mi mano y sí, tocaba un espejo. Todas las mañanas lo
hacía y hablaba con el que allí aparecía reflejado. Nos habíamos hecho grandes
amigos. Él, por supuesto, el del espejo me superaba con creces. Pero hoy no
estaba el que veía siempre. Más pequeño de estatura. Con el pelo suelto.
Entrando y saliendo de la que se suponía era mi casa. Con una novedad: estaba
en el fondo del mar. ¡Ay Dios mío! me han llevado para otro mundo y no me
he enterado. Eso me pasa por aficionarme a imaginar situaciones para
escribirlas. ¡Casi nada! Por delante de la puerta de mi casa pasaban peces y
peces y más peces, y todos ellos levantaban la cola para saludarme: “Buenos
días, Humberto”. Me llamaban por mi nombre. Y de repente me quedé impresionado:
una mariposa azul se para ante mí y me saluda. ¿Qué hacía allí si ella no era
de este mundo marino en el que estaba? Lo mismo que tú, me dijo. Hagamos lo
mismo que hicimos para venir aquí y volvamos. No tenía conciencia de haber hecho
nada. Solo mirarme al espejo. Como cada día de cada mañana. Pues ahora -continuó
la mariposa- lo que hiciste inconsciente lo vamos a hacer ahora
conscientemente. Soñar. Sueña que estás ante tu amigo el espejo saludándole y
dándote pistas para el camino de cada día. Suéñalo. Y sueña que me llevas
contigo.
No sé cuánto tiempo duró aquel
ejercicio. Solo sé que hubo un momento en el que me encontré con mi amigo el
del espejo que me sonreía y yo a él. Y una mariposa de color azul revoloteaba
por sus hombros hasta que tomó la dirección de la ventana y se marchó a su
universo, al igual que yo también volví al mío, después de un lindo viaje
mañanero del que no salía de mi asombro.
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