Hace unos años un pescador
francés nos enseñó una pequeña mosca con la que pescaba a pez visto en la
captura y suelta de Olorón. Su argumentación acerca de la elección de la mosca
nos convenció totalmente. Os cuento la historia:
Personalmente creo que no hay
nada más gratificante como pescador que enfrentarse a lo desconocido, al reto
de caminar y analizar unas nuevas aguas, con sus peculiaridades asociadas al
medio, comportamiento de las truchas…
Me encontraba en Olorón, a
principio de temporada, con un río de caudal medio alto que recogía las frías
aguas del deshielo del Valle de Aspe, un río grande en el que me encontraba
desorientado y sin la referencia de las piedras, corrientes y saltos de agua
que acostumbro a pescar y creo se “leer” con facilidad.
Mi decisión de entrada fue
pescar a ninfa “al agua” para intentar pescar alguna trucha que estuviera
“agazapada” al fondo del río. Resultado: 0 peces en más de media hora de pesca.
Viendo que la evolución de la
mañana no prometía decidí entablar conversación con un señor francés que
llegaba al río. Él me comentó que ese tramo lo solía pescar asiduamente y se
ofreció tras ver mi interés a enseñarme a localizar y pescar sus peces, un
detalle digno de agradecer y que decía mucho de su grandeza como pescador.
Mi sorpresa llegó cuando me
dijo que iba a pescar a ¡seca y a pez visto!, totalmente desconcertante para
mí…
Andamos por fuera del río
hasta que llegamos a un muro, se arrodilló y permaneció quieto hasta que me
dijo que ya tenía localizadas dos grandes truchas comiendo. Yo no daba crédito
¿cómo podía haber dos truchas de ese tamaño en un palmo de agua, junto a la
orilla, en una postura que para mí hubiera pasado totalmente desapercibida y
hubiera pisado descartando la existencia de peces?
Su argumentación fue la
siguiente: las truchas en este río a principio de temporada gastan la mínima
energía para poder comer. Por ello los grandes peces salen a las orillas si no
se les molesta y para pescarlos hay que utilizar moscas que pesquen muy
placadas en el agua y de pluma blanda pues están aún muy “perezosas”.
Consiguió pescar esas dos
preciosas truchas una detrás de otra.
Esta gran lección, como otras tantas que nos da
el río, siempre la tengo presente y me ha ayudado a ser más observador, entrar
siempre con humildad al cauce, no desechar nunca ninguna opción de pesca, pero
sobre todo a saber escuchar y aprender de cualquier pescador que nos
encontremos por el río.
Todos somos aprendices en un
arte donde ninguno jamás se vuelve un maestro.
— Ernest Hemingway
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