Aquellas copas de cristal
tallado tenían una historia que se remontaba a la tataratatarabuela Sonja... Su madre, refugiada en su pueblo desde que fue consciente que su
enfermedad era irreversible y caminaba rápido hacia el más allá, le había
llamado rogándole fuese lo más pronto posible. Nerviosa todo el trayecto, solo
pensaba que su madre pudiera haber muerto sin despedirse de ella. El suspiro
que soltó, al entrar sin llamar y ver a su madre de pie en la cocina, resonó en
las montañas y valles de aquel pueblo sueco. No menos grande fue también el de
su madre al ver que tenía tiempo de entregarle un regalo familiar. Todos en la
casa conocían y habían visto y bebido en aquellas copas de cristal tallado, originarias
de épocas muy antiguas. Y, sin embargo, ni sabían su significado ni se habían
interesado por ellas.
Su madre la
hizo sentar en la sala. Solas las dos, frente a frente. No más sentarse Erika,
su madre, ayudada por una íntima amiga, tomó en sus manos una linda caja, - habían
tenido la paciencia de envolverla con siete metros de papel regalo -, que se notaba pesada solo por lo ancha que era, aunque baja de altura y se la entregó
su hija, diciéndole: “Sonja, hija mía, esta caja contiene las antiguas copas de
cristal tallados que, de generación en generación, y desde hace varios siglos,
han ido pasando a las generaciones siguientes con el protagonismo del hijo o
hija mayor. Hasta ahora se había hecho sin entregas ni explicaciones de tipo
alguno. Todos los hermanos siempre han sabido a quien pertenecerían. Pero esta
vez es especial. Tú, Sonja, llevas el mismo nombre que tu tataratatarabuela que
también se llamaba Sonja. Y no basta con que tú las recojas, sino que se te
deben entregar de manera especial”.
Toda nerviosa y
temblando, con la voz alzada, exclamó:
”¿No me digas
que mi tataratatarabuela es Sonja Karlsoon?”.
Justo en el
momento en que, previamente avisados por su abuela, entraban en el salón sus
padres y abuelos, sus hermanos y hermana, sus sobrinos y primos, así como su
novio con toda la parentela.
Fue entonces,
cuando de pie, le contó a su madre como siempre había estado en relación con su
abuela de las abuelas. “¿Sabías tú, le dijo a su madre, que a los 10 años, aprendió
a tocar el piano y escribió por esos años doscientos poemas que luego editó en
un libro. Trabajó también la canción, incluso la erótica, y, ya en su madurez,
se dedicó a la pintura llegando a realizar setecientos cuadros originales. Y
también fue una buena deportista. Aprendió a esquiar a los tres años dado que
sus padres el invierno se lo pasaban en una zona de nieve. Y fíjate, sin saber
el lejano parentesco que me unía con ella, me ha enseñado a ser una mujer
soñadora y a no sonrojarme por nada en la vida. Por eso las dos nos llamamos
Sonja. Sabemos recordar lo que hemos dejado atrás, pero también nos viene a la
mente lo que desearíamos encontrar en algún que otro momento de la vida. A ella
le gustaba traer a la mente lo que sueña. No quería estarse quieta en la
casilla de salida. Quería vivir”.
La madre se quedó
abrumada y emocionada al máximo al descubrir como su hija era quien le estaba
enseñando a ella y no al revés.
Pasados estos
días en el recuerdo de su tataratatabuela, revolviendo la casa vieja del campo
y la mente de los mayores de la familia, le hacían no solo disfrutar de
aquellas copas de cristal que le había dejado días anteriores su madre, sino
también en recrearse en lo que ella ha sido en la vida y, desde ahí, repetir las
actitudes de su más quetatarabuela ante la vida
Sería otra Sonja. Es el compromiso que le venía
saliendo desde sus sentimientos. Era consciente que no le iba a ser fácil pues
la vida es como el juego de la lotería, con muchas y muchas combinaciones.
Justo el afrontar algunas de ellas es lo que le permitiría avanzar. Y se lo
decía a sus íntimas: si no jugamos, nunca nos sacaremos el premio y nos
quedaremos siempre en la puerta de toda buena cosa que pase.
A veces nos imponen ser alguien que represente unos genes que se remontan a sabe dios cuánto..otras, esos mismos genes saben que algo les falta y llega un símbolo que de hereda con gusto
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