Su vida
era de una gran tensión. Ser ministro del Interior es tiempo a invertir minuto
a minuto en conflictos o problemas del día a día en el país. Acababa de llegar
de una reunión de responsables políticos de todos los países del planeta. No le
había dado tiempo sino de echar fuera corbata y chaqueta, y tomarse un vaso de
agua con calma, cuando tocaron el timbre de su casa. No había vivido otro
momento de tensión tan intenso como aquel. El comisario jefe de policía, a
quien él había colocado en dicho cargo, estaba de pie en la puerta de su casa
enseñándole una diligencia del juez para declarar el día siguiente y mientras
debía ser conducido a la jefatura de la policía nacional (todos ellos gente a
su cargo). Quien lo llevaba era su amigo, con quien el comisario había
compartido cosas tan turbias como organizar momentos, situaciones y con quienes
hacer un polvo gratis con las chicas de piso de la esquina de su casa. O situaciones
como las de hacer favores a unos amigos sobre justicia y salud.
Al dar
la vuelta para disponerse a ejecutar lo mandado, una corriente de desafección
interior lo tumba al suelo, quedándose inconsciente durante cincuenta minutos.
Conducido en una ambulancia a los juzgados, el juez de guardia ordena lo
trasladen a su casa hasta ver la evolución de su estado, y les decrata poner
guardia ante su domicilio impidiendo cualquier intento de fuga.
Ya
consciente llega a su casa donde le esperaban ansiosamente Rita, su esposa, y
su hijo, David, de ventiseis años.
- ¿Cómo
te encuentras, Baltasar? Hemos llamado al médico que vendrá pronto.
- No necesito médico, dijo en voz alta.
- Pero
si has estado tres horas y media sin conocimiento ¡¿ no es ello motivo más que
suficiente para que te vea el médico?
Baltasar,
con una sonrisa en la boca, se levantó del sofá como quien celebra el triunfo
de su equipo y dice:
- Yo no
he estado ni un minuto sin conocimiento.
Su hijo
y esposa se quedaron estupefactos, todo ello justo en el momento en que el
médico de familia, a quien habían llamado llegaba a su casa.
- Sigan
mi ejemplo, y hagan como que estoy sin conocimiento” les dice Baltasar -tumbándose
en el sofá y como quien está en otro mundo.
El
médico le tomó el pulso, la tensión, le auscultó, le miró la pupila, comprobó la
flexibilidad del cuello y movió sus brazos y piernas.
-Yo le
encuentro todo normal, aparentemente no hay anormalidad que pueda inducirlo a
una falta de conocimiento, pero para mayor seguridad será mejor trasladarle a
una clínica a fin de una observación interna prolongada.
A todo
ello, Baltasar, continúa con su papel de actor y comienza a mover los músculos,
intenta como abrir los ojos, mueve despacio un pie. Acciones que vistas por el
médico advierte:
- Parece
que está volviendo en sí. Esperemos unos instantes. Baltasar, ¡me oye¡” Al cabo
de un rato abre sus ojos y, con pinta de asombro, pregunta:
- ¿Dónde
estoy?”. Su hijo, ventiséis años, se aleja del contorno pues, sabedor del tema,
la risa le puede.
- Más
bien, preguntamos nosotros que dónde has estado todo este tiempo que no le
hemos escuchado.
- Pues
lo que recuerdo es como haber estado en una nebulosa dando vueltas por el país,
hasta que me han dejado en tierra al lado de un grupo de pingüinos que, por
cierto, se han portado muy bien conmigo dado que, como hacia muchísimo frío,
ellos se han agrupado en torno a mí haciendo un círculo como dándome calor,
hasta que ha llegado una avioneta que me ha traído a este sofá.
Y
mientras el doctor insistía en la conveniencia de una observación interna en el
hospital, Baltasar, adoptando una posición natural fue convenciéndole que no
era necesario, hasta que logró el médico se retirara, no sin antes advertirle
que mañana quería verle en su despacho.
- ¿Se
puede saber qué comedia es esta y por qué este follón impropio de un ministro
del gobierno?. Porque, anda, me he
enterado que vino por aquí la policía a detenerte, te llevaron al juzgado, y
estás aquí por tu aparente falta de conocimiento, pero con un guardia de seguridad
en la puerta de casa que me ha hecho un interrogatorio tal cuando vine a casa,
ante la llamada de mi madre, que casi no me dejan entrar.
- Me
acusan de muchas cosas: que si tengo una cuenta con 150 millones de euros en
Panamá, fechada pocos meses después de ser ministro, que si he querido cambiar
a los fiscales que llevan estos casos de políticos a fin de poner en su lugar
amistades que sentencien a nuestro favor, que si…
- ¿Y
cómo vas a arreglar este tema que no es nada sencillo y de dónde has sacado tu
tanto dinero que ni tu familia sabía nada? A mí desde luego que no me metan en
el ajo porque yo voy a ser el primero en pedir que te investiguen a fondo y
prestar mi colaboración en favor de la justicia y del bien común. Mejor te
diera vergüenza, formar parte de un gobierno cuyos miembros se enriquecen
mientras el pueblo se empobrece día a día.
- No te
preocupes, arreglaré lo del dinero en cinco minutos. Búsquenme un teléfono de
los viejos que hay en casa, de los que no se usan hace años para que no sigan
la llamada telefónica que quiero hacer.
Conseguido
el objetivo oyeron a su padre hablando por teléfono lo siguiente:
- Por
favor, pónganme con Don Ambrosio, el señor obispo…. Dígale usted que es de
parte de Baltasar que ya verá como me atiende enseguida.
Y
Baltasar le cuenta su odisea a su amigo obispo diciéndole:
- Todo
queda solucionado si yo presento un documento como que tú, en calidad de obispo
de la provincia, me nombras albacea de los bienes recibidos por tu iglesia para
obras sociales, pero con fecha de hace cinco años. La conversación terminó con
estas palabras de Baltasar.
- Bien,
amigo Ambrosio, sabía que tú me ibas a salvar del asunto. No, ni se te ocurra
venir a verme estos días. Envía ese documento firmado en mano con alguien de tu
confianza a Antonio, el carnicero donde compro todas las semanas que ya hablaré
con él para que me lo haga llegar en el momento oportuno y por supuesto, cuando
dinero, una buena comisión te tocará. No me llames nunca a teléfonos conocidos
ni tampoco de los tuyos.
Colgando
el teléfono, le dijo a los suyos
- Asunto
arreglado. Que venga ahora el juez. -Y, dirigiéndose a la cocina les preguntó a
su esposa e hijo- ¿Quieren un café?
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