Le quedó claro en aquella conferencia que vio
anunciada en el periódico y tanto le llamó la atención. Invitó a algunos de sus
amigos, pero todos se hicieron los remolones o tenían otros planes. Llevado por
un interés que ni él mismo era capaz de explicar, una mezcla de admiración y
desconcierto se suscitó en él al descubrir que el conferenciante era Ernesto,
vecino y amigo del barrio en los tiempos de su adolescencia. Al término de la
misma se acercó a Ernesto para saludarle y felicitarle por las ideas expuestas,
el cual le sugirió esperase unos minutillos y poder escaparse juntos a un sitio
cercano a tomar una copa y celebrar el reencuentro. Por su cabeza se cruzó la
idea de aprovechar sus conocimientos de esos temas que ahora le estaban
preocupando para hablar con él de ellos. Nada más sentarse en la mesa del bar
le dijo:
- Quiero llevar una vida más tranquila, sin
tantos problemas, tener más o menos la cara de mi vecino -que está siempre
sonriendo-, o la capacidad de una compañera de trabajo que toca el piano que es
una maravilla. Y más y más cosas que veo en otros y me pregunto por qué no las
tengo yo. igual tu me puedes explicar.
- Y por qué soy yo a quien debes preguntar.
- Pues porque eres psicólogo y me puedes dar
unas recetas.
- Pues creo que te estás equivocando de
camino. No hagas esa pregunta a otro pensando en el título universitario que
tiene o en la profesión que indica su tarjeta. No tienes que ir muy lejos.
¡mira hacia dentro de ti mismo! No
busques la respuesta a tus inquietudes y problemas lejos de ti, sino en
ti mismo... No estés pidiendo a tus amigos que te resuelvan aquello que tú
puedas resolver. No reproches a la suerte por tu desgracia; ¡hazle frente! No
esperes que las cosas buenas que faltan en tu barrio o en tu comunidad las
hagan los que gobiernan tu ciudad, en tu pueblo o en tu país. Si esperas por
ellos a lo mejor tus nietos lo vean algún día, pero no será por algo que venga
de arriba, sino porque las generaciones venideras, hartas ya de tantas y tantas
cosas no solo de su tiempo sino de las que eran conscientes del tiempo de sus
abuelos, hicieron posible que un día se tomaran en serio las acciones de
protesta y de pedir responsabilidad a aquellos a quienes habían elegido.
Y fue concluyendo el psicólogo su
conversación: mientras no seamos conscientes de que el don más preciado que nos
ha dado la vida es la libertad, no hay nada que hacer.
- Tienes razón. Me parece que no será esta la última conversación que tengamos tú y yo sobre estas cosas…
Cierto. A veces sabemos la respuesta. Será que necesitamos escucharla en voz alta, y preferimos otra voz.
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