Discutían entre ellos:
– Aunque en la práctica, por
un dominio subrealista, de vosotros a nosotras en la historia ha ocurrido lo
contrario: la verdad fundamental y natural es que ninguna mujer depende de un
hombre. Al contrario, un hombre depende de una mujer hasta para nacer.
- Jajaja, ya me lo dijiste
todo: ¿y cómo aparece ese niño en la mujer? ¿Por arte de birlibirloque o porque
el hombre ejerce de poderosa inyección que renueva el organismo de la mujer?
– vale más que no sigas,
porque hasta en esas operaciones masculinas de las que hablas, siempre resulta
más sencillo cambiar de hombre, que cambiar a un hombre. Así que esas echaduras
machistas que algunos tenéis de que has estado con no sé cuántas mujeres, te
digo lo que siento: No creo que un hombre valga tanto como para tener dos mujeres, ni que una mujer valga tan poco como
para ser la segunda.
Y ambos se rieron a carcajada
limpia. Estaban ensayando una pequeña comedia para el barrio sobre quien
mandaba más si ella o él, y eran tantas las chorradas que uno al otro se decían
y poniendo además cara de creerse lo que decían, que la riña parecía auténtica
para quien pasara a su lado.
Lo grave es que nadie de los
que pasaban cerca pensó lo ridículo y pueril de los argumentos que se
intercambiaba los aprendices de actores de teatro.
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