Tu historia, la mía, la del
vecino que acabamos de saludar en la escalera, la del desconocido con el que
acabamos de cruzarnos en la calle -y que nunca conoceremos- están llenas de
momentos. No son líneas continuas. Son exactamente eso: momentos felices y otros -muchos o pocos- que no lo son tanto.
Cuando hacemos repaso tendemos
a quedarnos con los felices. Incluso la memoria hace su propia selección, unos
se recuerdan con más intensidad que otros. Muchos se van cubriendo de polvo,
relegados a un paso del olvido, aunque, de tarde en tarde, nos vienen a la
memoria rostros de aquellos que pasaron por nuestra vida, no solo nuestros
padres, nuestros abuelos, sino también los de otros -familiares, amigos,
parejas que dejaron de serlo… o sencillamente gentes que fueron fugazmente
importantes en nuestras vidas-.
¿Y los olores o los colores
de instantes que vivimos en aquellos años? ¿Dónde se habrán quedado? De repente
una música, una vieja y amarillenta fotografía es capaz de evocar toda una época
y devolver el brillo perdido a esos recuerdos.
No sirve de mucho anclarse en
la nostalgia de los tiempos pasados, pero no está de más pararse un rato y
evocar todo aquello.
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