Ha sido ella quien me ha parado por la calle y me ha llamado por mi nombre. No sé cuántos años podrá tener. Pero ¡muchos¡ Mientras mis padres atendían la tienda de vino y pan, Susana se encargaba de cuidarnos. Ella sobrepasa los 82. Solo tiene igual su negra cabellera que, ahora es ya de la noche. Al ser consciente de su persona me abracé a ella estrujándola con mis manos.
Recuerdo como se movía en casa. No paraba. Regaba las plantas, fregaba la loza, nos sacaba de paseo cogidos de su mano. Recordando aquellos tiempos hoy fui yo quien la cogí de la mano y le dije: “Vamos”. La llevé a mi casa que ella no conocía. “Esta es también tu casa”. “Fíjate en esa habitación al final del pasillo. Siempre está libre”. Y la llevé a la cocina para darle un café con leche. “De acuerdo, pero se la sirvo yo, como hacía antes”. “Para nada, yo soy el que sirve y ud la señora”. Mientras tomaba su café con leche, abrí un libro y comencé a leerle un cuento. Ella sonreía mientras comentaba: “Cuentos parecidos te leía yo a ti”. Yo, desbordando de alegría, no hacía otra cosa que repetir lo que ella hacía conmigo y por mí”.
Hoy ha vuelto cuando ya mis años se han alimentado de mucha sal y mar, y a diferencia con ella, mi pelo luce un blanco plateado. Todos los recuerdos de mi infancia, con su presencia, se agolpan en mi mente pero no terminan de salir. Pasadas unas horas se levantó para marcharse. “Te acompaño”, le dije. Insistió una y mil veces que no me molestara. ¿Era la misma Susana, tímida y prudente?
Pronto descubrí se trataba de otra situación. Ante mi pregunta insistente - ¿a dónde vas que yo te llevo en mi coche?, llegó un momento en que respondió: “Voy sin rumbo fijo. No tengo destino ni meta. Iré despacio y allí donde encuentre un cobijo pasaré la noche”. Mis ojos humedecieron. Mi cuerpo quedó como paralizado. La volví a coger de la mano y entramos de nuevo en casa. La llevé a la habitación libre que le había enseñado. “¿Recuerdas cuando ibas a mi cama y me cuidabas. Ahora me toca a mí contigo.”. Se abrazó a mí, emocionada y al besarme noté como el temor y todo tipo de miedo al futuro salía de su interior.
Recuerdo como se movía en casa. No paraba. Regaba las plantas, fregaba la loza, nos sacaba de paseo cogidos de su mano. Recordando aquellos tiempos hoy fui yo quien la cogí de la mano y le dije: “Vamos”. La llevé a mi casa que ella no conocía. “Esta es también tu casa”. “Fíjate en esa habitación al final del pasillo. Siempre está libre”. Y la llevé a la cocina para darle un café con leche. “De acuerdo, pero se la sirvo yo, como hacía antes”. “Para nada, yo soy el que sirve y ud la señora”. Mientras tomaba su café con leche, abrí un libro y comencé a leerle un cuento. Ella sonreía mientras comentaba: “Cuentos parecidos te leía yo a ti”. Yo, desbordando de alegría, no hacía otra cosa que repetir lo que ella hacía conmigo y por mí”.
Hoy ha vuelto cuando ya mis años se han alimentado de mucha sal y mar, y a diferencia con ella, mi pelo luce un blanco plateado. Todos los recuerdos de mi infancia, con su presencia, se agolpan en mi mente pero no terminan de salir. Pasadas unas horas se levantó para marcharse. “Te acompaño”, le dije. Insistió una y mil veces que no me molestara. ¿Era la misma Susana, tímida y prudente?
Pronto descubrí se trataba de otra situación. Ante mi pregunta insistente - ¿a dónde vas que yo te llevo en mi coche?, llegó un momento en que respondió: “Voy sin rumbo fijo. No tengo destino ni meta. Iré despacio y allí donde encuentre un cobijo pasaré la noche”. Mis ojos humedecieron. Mi cuerpo quedó como paralizado. La volví a coger de la mano y entramos de nuevo en casa. La llevé a la habitación libre que le había enseñado. “¿Recuerdas cuando ibas a mi cama y me cuidabas. Ahora me toca a mí contigo.”. Se abrazó a mí, emocionada y al besarme noté como el temor y todo tipo de miedo al futuro salía de su interior.
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