En
el banco de piedra, abajo, en medio de las rocas que allá pusieron, para ganar
terreno al mar, se sentaba frecuentemente para escuchar a las sirenas. Dice él
que le hablaban, y se le notaba convencido. “No las entenderás, si te lo digo
tal como a mí me lo cuentan. Pero a mi manera te lo traduciré. Solo los que
hemos confiado en Ulises tenemos esa posibilidad”.
Lo
que él desconocía es que otros muchos
Ulises habían estado sentados bajo el polvo del tiempo. Que muchos han sido y
son los que emprenden, o al menos lo intentan, el viaje a Itaca. Y así, desde
aquellas piedras marinas salió su compromiso de no cambiar de meta, de no
apresurarse en llegar a ella, sino gozar de la aventura del camino.
Pasado
el tiempo que cada día dedica a disfrutar de ello intenta con su mirada cambiar
las negras azoteas que va viendo camino de su casa por unos tejados blancos.
Por eso lleva sus bolsillos llenos de espuma del mar en su recorrido de vuelta.
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