Paseando por la plaza escuché
que me llamaban por mi nombre. Sonó como venido en un soplo de viento pues no
me dio tiempo de saber a dónde volver la cabeza para buscar a quien me llamaba.
Fue justamente esa noche, cuando decidí no volver a verte. Era invierno y toda
ocurrió como si la nieve, de repente hubiere congelado nuestras emociones y
sentimientos. Así que no hice caso a la voz que me llamaba y crucé al otro
extremo de la plaza. Me quedo con una cosa: en el camino que juntos hemos
recorrido no me llevo penas sufridas ni fríos inviernos. Los dos hicimos el
diseño del recorrido y los dos hemos resbalado en el mismo. Nada me debes. Nada
te debo, estamos en paz.
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