Dicen los que mandan que se ha acabado la crisis. Dicen que el ritmo de
crecimiento de nuestra economía es el mayor de Europa, que se crea empleo a un
ritmo vertiginoso y que en un año se han creado más de medio millón de empleos.
Sinceramente me alegro. Pero ¿por qué no noto ese optimismo entre la gente con
la que me trato, los mismos que perdieron su empleo y que han visto reducido
drásticamente su nivel de vida y sus expectativas de futuro? Los que han vuelto
a encontrar trabajo –muy pocos- ni por asomo ingresan cada mes un sueldo
parecido al que cobraban en el pasado.
¿Qué ha pasado entonces para que las cifras macroeconómicas vayan viento en
popa y el nivel de vida medio de la gente no sea ni parecido al de antes de la
crisis?
El secreto está, como siempre, en la ciencia estadística, según la cual, si
tú te comes dos pollos y yo ninguno, la media dice que cada uno se ha comido un
pollo (y todos tan felices).
El problema es que yo –que sigo teniendo hambre- quiero saber quién se ha
comido mi pollo.
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