Desde joven su
trabajo era en casa. Junto al trabajo doméstico su otra ocupación: coser. No
salía de casa para casi nada. Le traían los trabajos a casa. Casi que ni
conocía su ciudad. No estaba preparada para de repente conocer a Víctor que le
traía unos recados de su madre para subirle el vuelto a los pantalones que le
habían regalado días atrás. Le dijeron entrara en aquel cuarto y se pusiera los
pantalones para que Julia midiera el alto al subir. De cuclillas ante Víctor
sus dedos rozaron sus pies y al tiempo que ella se estremeció, él como a quien
le han hecho unas cosquillas, se rio mirando a los ojos de Julia. Era la
primera vez que Julia sentía el calor de
la piel de un hombre. Y Víctor, con algo de experiencia ya en el terreno al
tiempo que se dio cuenta de la reacción de Julia se quedó sorprendido por su
mirada y los ojos azules que tenía. De tal manera fue la simbiosis afectiva
que, no previendo ella nada por su parte y no estarlo buscando, pasaron a
convertirse de conocidos en amigos/amantes.
Pero mucho menos
estaba preparada para, con las mismas, perderlo. Las ilusiones de cinco días se
esfumaron de repente. ¿Podría creerse otras nuevas que le llegaran? “¡Vuelve¡”,
le gritaba en silencio. Pero nunca volvió y pronto supo que su madre había cambiado
de costurera. Tanto se ilusionó en cinco días que hasta había pensado en su
luna de miel, y ahora se sentía hasta desahuciada por cualquier hotel. Una llaga quedó clavada
en su alma y cualquier palabra que llegara a ella, con una carga de futuro, iba
siendo rechazada por mucho tiempo. Hasta
una noche que soñó se despertaba con flores en su ventana. Esa mañana comenzó
para ella la posibilidad de otro futuro donde no tendría que dar espacio a las
sombras y que con cada punto que, al coser daba con su aguja, podría salir un
arco iris.
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