Tus caricias parecían del
color de la nada y tus disculpas polvo de ceniza que el viento se llevaba. De
esta forma tus abrazos los sentía como lluvia negra que sobre mi cabeza caía.
No. No es un “hasta después” el adiós que te doy. Mi adiós es para siempre.
Pues como siempre durarán en mí el dolor de tus heridas. Tus engaños, tu lengua
que escupía sangre. Mis palabras eran siempre silenciadas por las huellas de
tus pies. Si quieres venir a por tus cosas, ven. Basta que gires la llave. Que
lo sepa antes para dejarte la puerta en condiciones y de forma que no tenga que
ver tus patadas de coraje al sillón donde jugábamos. Llévate todo lo tuyo y que
el sol para los dos comience ahora.
Quiero que sepas que los
odios no caben dentro de mí, pero no me sé ni quiero aprender el alfabeto de la
sumisión. Mejor vivir sola que escuchándome los alaridos de la violencia. Ojalá
para todas eso pertenezca ya a la prehistoria, aunque me temo no es así
todavía. Que todavía las haya provoca que sigamos luchando para generar
esperanza, primero de que sean escuchadas y sus voces no se olviden, y que,
rebelándose con sentido común, que en este caso es la justicia, pronto, mañana
mismo si fuera posible, no se volviera a escuchar latigazos de este tipo ni a
estar viviendo sueños que han de enterrarse.
Ole, ole y ole!!!!
ResponderEliminarmuy bueno
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