De hoy para mañana le
llamaron para un trabajo. De hoy para hoy mismo nos llamó a los amigos más
cercanos. Había que celebrarlo. Con 29 años hacia año y medio andaba mendigando
el pan para comer pues vivía solo, no dependía de nadie, huérfano desde hace
seis años. Sin darnos cuenta que en su mesa poco podría haber nos presentamos
los tres amigos de siempre, y los tres con el bolsillo vacío. Pan es lo que
tenía en su casa. Y con pan lo celebramos. Pan de varios días, mitad quemado,
mitad blanco, alguno ya pellizcado y abierto en migajones, como canta Gabriela
Mistral en uno de sus poemas.
No fue una fiesta como las que
estamos acostumbrados. Música pop de fondo, sí. Pero sin estridencias, palmadas
y algarabía. Se respiraba alegría; alegría grande la suya y la nuestra, de sus
amigos. Y el pan, que nos recordaba de pequeños la casa hogareña de los
abuelos, el pueblo donde crecimos, el continuo olor a pan de la panadería en la
plaza. Pan abierto en un plato que se come en todos los pueblos y por toda la
gente. Pan que es el plato símbolo de que no hay hambre. El pan de cada día que
todos deseamos en nuestras mesas. Pan para todas las edades y todos los
tiempos, pan que también comieron los nuestros que ya no están con nosotros.
Que, junto al vaso de agua, nunca falte el pan en ninguna mesa.
Irresistible, lapidario, certero.
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